Entendido, decía.
Pero entender, lo que era entender, nada entendía. Porque estar, lo que era estar, nada estaba claro.
Todo se reflejaba en sus ojos, todo menos su interior. Me era imposible saber qué pensaba en cada instante, una mirada tan impenetrable como era mi corazón. Algunas veces me daba a entender que yo lo era todo, otros días me despojaba de todo sentimiento de tranquilidad y me dejaba tirada como si nunca hubiese estado entre sus brazos. Luchaba por tenerme más y más cerca, y cuando me tenía a sus pies, me rechazaba ferozmente. Como quien huye de algo que sabe que le hará daño, rápido y sin mirar atrás. Ese era él. Quizá alguien herido, quizá solamente un alma frívola.
Y quién era yo. Yo no era nadie, alguien que un día había tenido sentimientos. Ahora me dejaba llevar, como quien no teme a nada, porque ya nada importaba. Un día había amado, un día. Ahora aquellos recuerdos me cortaban la piel como espadas cuando pasaban por aquí. Y él, él lo sabía. Sabía que no podía amarle como había amado a otros antes. Sabía que de mí ya quedaba poco.
Y allí estábamos, en pleno acto sexual, sin nada, o más bien poco, amor. Quizá en otras circunstancias habría sido diferente, pero no existían otras circunstancias. Había lo que había, y quedaba lo que quedaba. Quizá con el tiempo ambos nos reharíamos, quizá simplemente nos alejaríamos. Quién sabe.
Ay, Ann, cuánto se te echaba de menos...
ResponderEliminar"todo se reflejaba en sus ojos, todo menos su interior"
ResponderEliminarLo que más buscamos encontrar en una mirada, muy buen relato, cuantas emociones encontradas.